Llega la noche y te tumbas en el sofá. Tal vez coges una novela o puede que te pongas una película o una serie. Lo que sea con tal de relajarte un poco tras un largo día cuidando/estudiando/trabajando. Al fin y al cabo, te mereces ese momento de desconexión... pero, ¿es tan inocuo ese momento como parece?
Las ficciones funcionan como un gran juego de espejos. Si nos fijamos bien, en ellas podemos ver reflejado el contexto científico, cultural, económico, político y social en el que fueron creadas. Muestran aspiraciones, cambios, miedos y tensiones. Y no solo. También nos ayudan a construir un imaginario colectivo sobre nuestros cuerpos y entornos. La ficción está cargada de ideología y, justamente por eso, es tan importante detenernos a (re)pensar qué nos transmiten sus textos, quién está detrás o en qué lógicas de producción están inmersos.
Porque, a través de una mirada crítica hacia los productos culturales, podemos reflexionar sobre las relaciones de poder latentes en nuestras sociedades. Y preguntarnos, ¿hay mujeres entre los personajes principales?, ¿cómo se representan?, ¿caen en estereotipos?, ¿qué capacidad de agencia tienen?, ¿pueden transformar sus entornos? Unas cuestiones que podemos repetir pensando en personas con funcionalidades no normativas, pertenencientes al colectivo LGTBIQ+, migradas, precarizadas, racializadas o, de una forma más compleja, a través de una mirada interseccional. Es decir, podemos preguntarnos, ¿estos textos representan el capacitismo, el clasismo, el edadismo, la homofobia, el machismo o el racismo presentes en nuestras sociedades? Y si es así, ¿los refuerzan o los denuncian?